domingo, 10 de enero de 2010

Reflexionar sobre la profesión docente

Cavilando sobre nuestra profesión y haciendo honor a aquello que leí en cierta ocasión sobre la escritura, y que tanta verdad encierra, acerca de que es ésta la que confiere hondura a nuestro pensamiento y a su vez hace posible su publicidad y comunicación, he podido sacar una serie de conclusiones y aclarar en cierto modo mis ideas acerca de lo que significaba ser un buen profesor, asunto que me preocupaba. Y por eso decidí plasmarlo sobre el papel, para tenerlo a mano y por si a alguno de mis compañeros de armas pudiera servirle como a mí.



En primer lugar creo que la tarea que tenemos entre manos sólo la podremos realizar desde una gran vocación de servicio, con amor y desde unos presupuestos antropológicos básicos. Trabajar en la búsqueda del bien, la verdad y la belleza. Tenemos y debemos tener libertad para realizar nuestro trabajo y al mismo tiempo un profundo respeto por la verdad.


Sacar del educando lo mejor de sí mismo es uno de los principales objetivos de nuestra labor. Ayudarle a ser él mismo y evitar que sea masa anónima. Un buen profesor tendría que tomarse en serio a sus alumnos, a la vez que su materia o disciplina. Debe esperar algo de ellos y ayudarles. Ser positivo con sus alumnos. Creo que un alumno no puede aprender solo, es el profesor quien debe marcarle unas pautas y objetivos, además de conocimientos, teniendo en cuenta al que va a aprender. Debe conocer al alumno y sus capacidades para poder exigir lo que es capaz de dar y aprender.

Así mismo entiendo que un buen profesor debe tener autoridad moral (la autoridad del que sabe) sobre sus alumnos, por lo que debe hacerse respetar. La autoridad es necesaria para mantener el orden y la armonía. Debe mantenerse un equilibrio entre la proximidad personal hacia el alumno y la jerarquía. Entiendo que la cercanía no significa una dejación de la autoridad, sino una presión reciproca de confianza. El profesor ejerce una profesión de ayuda, y el alumno debe notar que esa ayuda está basada precisamente en esa autoridad del que sabe y en esa confianza de que “el que sabe” puede ayudarme.

Enseñar con autoridad también supone saber lo que se está dando, ser un profesional de la materia. Esto supone para el profesor una dedicación especial en la preparación de sus clases, en poner especial cuidado en las programaciones, un interés alegre por mantenerse al día, en formarse más y mejor, en perfeccionar sus conocimientos. De manera que una clase no puede ser improvisada, porque sería una falta de profesionalidad y de respeto hacia el alumnado. Es una profesión que requiere esfuerzo y exigencia personal. El profesor debe darle importancia a su currículo personal, debe tener aliciente e incentivos para mejorarlo, debe motivarle la investigación y su propia formación. Creo que tiene que estar orgulloso de su propia tarea docente e investigación. El profesor apasionado con su profesión, es apasionante, consigue apasionar a los alumnos, tanto con su persona como con su materia.


Creo que un buen profesor, y más todavía si es un profesor del ámbito de las humanidades, debe relacionar su materia con otras materias curriculares (música, literatura, filosofía, arte, historia, etc.) para adquirir una visión holística del conocimiento.
Como buenos profesores deberíamos colaborar con las familias en la transmisión de valores. La trasmisión de valores es una competencia familiar. Bien es cierto que un profesor con autoridad moral junto a la trasmisión de cocimientos está trasmitiendo unos valores. No creo en la trasmisión objetiva, puramente técnica y fría de una materia. El profesor con su actitud ante el alumnado puede apoyar una trasmisión de valores o de contravalores, que pueden enriquecer o empobrecer la personalidad de nuestros alumnos.



En mi opinión un profesor debe ser una ser una persona educada, que respete y tenga paciencia con sus alumnos. Exigente con los objetivos, pero no "pejiguero" con los modos. Debe ser flexible, ya que no debemos de olvidar que las formas de hacer son plurales y las capacidades de los alumnos diversas. El profesor no debe imponer su criterio sobre el modo de hacer, ya que si el alumno demuestra que su modo personal es eficaz, le sirve, quiere decir que ha aprendido a aprender.

Que sepa adaptarse a cada situación personal sin ceder en los aspectos fundamentales. Un buen profesor tendría que ser capaz de rectificar a tiempo sus propios errores y también corregir a los demás, puesto que “de sabios es rectificar”, actitud necesaria para aquellos profesionales que, como los profesores, trabajan en la búsqueda del bien, la verdad y la belleza y demuestran un profundo respeto por la verdad.

En fin, creo que el buen profesor debe conjugar el conocimiento y la virtud.

1 comentario:

  1. Es una bella y real reflexion, contiene lo que verdaderamente debe y tiene que ser un maestro...te felicito.

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